Para cuando nos volvamos encontrar. Y a mover. por Andrés Borthagaray

    Con las medidas extraordinarias que han adoptado un conjunto de países y ciudades frente a la pandemia surgen varios interrogantes sobre cómo serán las ciudades cuando nos volvamos a mover. Se podrían clasificar en cinco grupos: cómo afectan la equidad y la inclusión, cómo se interpreta la vulnerabilidad por tipo de estructura urbana, cómo se convierte en un catalizador de cambios que se venían insinuando, qué se puede desprender de algunos efectos colaterales que generan y qué pasará con el espacio público, tanto físico como institucional.

     

    Sobre el primer punto, es evidente que la cuarentena no afecta por igual a quienes viven en viviendas dignas, conectadas y con posibilidades de realizar compras a pie dentro de una distancia razonable que a quienes padecen situaciones de hacinamiento y falta de infraestructura en emplazamientos alejados de otras necesidades urbanas. No afecta por igual a quienes pueden realizar su trabajo a distancia que a quienes dependen de la presencia física para ganar su ingreso diario. Ni a quienes tienen o no acceso a servicios de salud en tiempo y forma garantizados. En el continente con mayores niveles de desigualdad, vivienda, acceso a servicios y movilidad no podían ser pensados en forma separada antes de la pandemia y menos podrán serlo a partir de ella.

     

    Se ha llegado a señalar que las grandes concentraciones urbanas son un caldo de cultivo para la difusión del novel coronavirus.[1] Sin embargo, estas afirmaciones no se sustentan en los hechos, como los éxitos relativos en algunas de las ciudades de alta densidad lo demuestran: Seúl, Hong Kong y Singapur son ejemplos claros, a los que se podría sumar un conjunto de grandes ciudades chinas.[2] El debate sobre la densidad urbana y las formas de desplazamiento trasciende una utilización superficial de argumentos y sigue siendo uno de los puntos centrales en los que se define la eficiencia en el uso de los recursos y sus efectos ambientales.

     

    Sí está claro que un conjunto de prácticas sociales que se venían desarrollando como actividades conectadas, en forma paralela a las actividades presenciales, tienen un catalizador sumamente potente en este marco excepcional.[3] Las clases virtuales, la telemedicina, la nueva logística urbana y el comercio on line, las reuniones a la distancia por razones sociales, profesionales, conferencias o inclusive el propio funcionamiento remoto de cuerpos legislativos están teniendo un nivel inédito de desarrollo. Sin duda una parte de las prácticas actuales tiene carácter efímero. Pero, sin perjuicio de volver a movernos y a encontrarnos, esta práctica interpela la forma de usar los recursos en el tiempo y en el espacio: de organizar los horarios en un lugar físico determinado, de la división de funciones entre el hogar y el trabajo. Y esto nos lleva al cuarto punto.

     

    Como efectos colaterales de la cuarentena, hay también efectos positivos de corto plazo. Uno es el descenso drástico de emisiones de efecto invernadero, la mejora en la calidad del aire y los efectos benéficos sobre el planeta y los pulmones de sus habitantes. Otro es, particularmente en América Latina, el descenso de siniestros y peatones atropellados en las grandes ciudades. Si bien todavía no se han publicado estadísticas actualizadas, las informaciones preliminares, permiten anticipar un descenso drástico.[4] Lo que los tratados internacionales o las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) no habían logrado conmover, encuentra una oportunidad como efecto de las medidas adoptadas ante la pandemia. La pregunta es en qué medida este otro aspecto de la salud podrá sostenerse más allá de esta situación.

     

    Un tipo de movilidad diferente en el futuro será producto de políticas combinadas por su impacto en la equidad, en la estructura urbana, en la organización de las actividades, especialmente las pasibles de ser conectadas y en una mirada más amplia de las amenazas a la salud. Si bien varios de estos puntos han estado presentes en la agenda, nunca habían tenido el efecto demostrador y el catalizador que tienen hoy. En la reconstrucción que siga para paliar las consecuencias negativas de la pandemia hay bases sobre los que se podría edificar una forma diferente de organizar nuestras movilidades urbanas. Prácticas sociales que permiten pensar una organización diferente del espacio y del tiempo urbano. Una forma de organizar y gobernar la información, donde la conectividad juega un rol crítico, que se hace vital para superar las vulnerabilidades presentes y para anticipar mejor las que puedan venir en el futuro.

     

    [1] Citado en https://www.citylab.com/perspective/2020/04/coronavirus-urban-density-nyc-safe-city-public-health/610471/

    [2] Angel, S., Blei, A. M., Lamson-hall, P., & Salazar, M. M. (2020). Explaining Variations in the Onset of Infection and in the Number of Reported Cases and Deaths in U . S . Metropolitan Areas as of 27 The Coronavirus and the Cities, (March).

     

    [3] Sobre ese tema, a partir de un proyecto del Institut pour la ville en Mouvement-VEDECOM, se ha realizado un amplio estudio de casos y sobre una selección de ellos se han realizado estudios en profundidad y está en proceso de publicación una investigación latinoamericana.

    [4] Como muestra, respectivos links a El diario La Nación de Buenos Aires o La Vanguardia de Barcelona, a partir de una búsqueda el 27(04/2020.